miércoles, 8 de octubre de 2008

LAS GAFAS DE LAURA

LAS GAFAS DE LAURA
Laura pasea por la playa aun desierta, una educadora la acompaña. Juega con chinas lanzándolas al agua; al zambullirse el pedrusco, origina un chapoteo que provoca carcajadas de felicidad en la pequeña. Los cabellos recogidos en la nuca, muestran una cara redonda, con nariz respingona y ojos melados. Su menudo cuerpo, “atado” a la silla de ruedas, dificulta los movimientos de cualquier crío de su edad. El hecho de estar paralítica desde los tres meses, no le impide ser feliz. Un único deseo ronda su mente” caminar” correr como los amiguitos del colegio, jugar a la pelota….
—Nadia—llama— tráeme otro cubo de chinas por favor.
La preceptora recoge piedras y las deposita en las piernas de la niña. Un rayo de sol que temeroso asoma, posa su calor en el cuerpo semidesnudo de la pequeña. Una roca blanca y trasparente llama su atención. Al cogerla, extrae un objeto que no debiera estar allí. Le da giros, lo curiosea…
—Son unas gafas—comenta— ¡qué feas!
La joven agarra los espejuelos y observa el papel adscrito a ellos. Laura lo toma y lee.
—No son unas simples gafas. “Estas”, con su culo de vaso, permiten la entrada al mundo de los sueños por un tiempo limitado; tu mejor deseo se hará realidad, mas impone una condición: Al sonar un pitido, deberás estar en el mundo real, si no, quedas atrapado en el subsuelo.
Sin pensarlo dos veces la niña hace uso de ellas. Cae en un profundo letargo. Suavemente recobra el conocimiento, lentamente abre los ojos y atónitos beben el paisaje dibujado. La silla de ruedas ha desaparecido, emocionada se levanta.
— ¡Puedo andar!
Los niños se divierten con la pelota, saltan a la comba, juegan al tejo…. Laura, turbada, se acerca al grupo.
— ¿Me dejáis jugar?—pregunta emocionada.
—Acércate—responde Luis.
Está integrada en el juego, el tiempo pasa, es tan feliz que no quiere volver al mundo real.
—No volveré, ahora puedo andar, ¡me quedaré para siempre! Pero… no veré a mi hermano, ni a mis papás… Tengo que volver.
Con un manotazo se quita las lágrimas que a raudales inundan el rostro, sostiene las gafas en la mano, se las acerca a la cara, al momento de colocarlas suena el pitido.
—Por poco—comenta aliviada.
Nadia, aletargada, se despeja con un bostezo. Laura descansa en la silla de ruedas, no hay comentarios. Las olas, con su caminar bravío llegan a los pies de la niña mojándolos; en el bolsillo del vestido, unas gafas de culo de vaso dormitan.

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