lunes, 9 de junio de 2008

Leyenda motrileña 3* parte

Leyenda motrileña 3* parte
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—Cuentan que Aban huyó a las Alpujarras y se unió a los monfíes; jamás se volvió a ver, aunque dicen que todos los años, días antes de comenzar la zafra, en el susurro del viento, vagando entre las cañas, se escuchan lamentos llamando: ¡Azucena! ¡Azucena! De ella, unos dicen que encontraron sus ropas en la playa hoy llamada Las Azucenas.
Otros afirman que cuando comienza la zafra, a la medianoche, junto a la ermita de San Nicolás, de una hendidura han visto salir una gallina seguida de un polluelo, que atravesando la ciudad por la calle principal, se adentra en la vega cacareando ¡Diego! ¡Diego! Posteriormente desaparece sin dejar rastro.

El que tenga ojos para “ver” y corazón para “sentir”, cuando las sombras invadan la ciudad y las calles se queden dormidas, podrá acercarse a la Plaza de España (antiguo Solar de la Villa) y verá al pregonero leyendo este edicto:

*** “Por orden del Emperador, reconociendo las buenas y justas razones que le ha expuesto su concejo, se hace saber a los buenos vasallos, los moriscos de Mutrayil que:

Mientas os vistáis y habléis como moros, conservaréis la memoria de vuestra secta y no seréis buenos cristianos. Sabed que en quitároslo no se os hace agravio alguno; antes, es haceros buena obra. Se os manda dejar vuestra lengua para siempre jamás; hablaréis sólo en castellano; no serán válidas las escrituras ni tratos que se hagan en lengua arábiga. Así mismo dejaréis de usar vuestro antiguo traje usaréis el castellano; abandonaréis la costumbre de los baños; tendréis las casa con las puertas abiertas los días de fiesta; los viernes y los sábados no usaréis las leilas ni la zambra a la morisca. Las mujeres no habréis de teñir vuestras uñas de manos y pies; no usaréis perfumes en los cabellos, iréis por la calle con el rostro descubierto como las cristianas. En los desposorios y casamientos no usaréis ceremonias moriscas, sino que lo haréis con arreglo a los preceptos de la Iglesia Católica. El día de la boda tendréis la casa abierta, oiréis misa. No tendréis con vosotros negros libres ni cautivos…
Este edicto ha sido rubricado por…”

—Si habéis conseguido ver y oír todo, ahora os preguntaréis si la sangre árabe se perdió por entero o quedó diluida en el torrente del pueblo motrileño.


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En la calle, la lluvia ha cesado, el trueno ha enmudecido, las aves alzan el vuelo y entonan su canto. Los jóvenes han terminado la faena y se han dispersado.
Micaela ha quedado sola. Mizi, de un salto felino se lanza al regazo de su ama, quedando adormilado con un lento ronroneo. En las manos de Micaela duerme un pequeño cofre de madera; lo abre, y lentamente saca un crucifijo, después una rosa roja, seca, marchita. Dos gruesas lágrimas se deslizan por el rugoso rostro mientras murmura quedo ¡Diego! ¡Diego! ¡Diego!...


Dedicado a aquellas personas que crearon la historia sin estar en la Historia.

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